Llevábamos toda la semana hablando de ello, habían hablado con el resto de compañeros del colegio de invierno donde vive la catalana y el viernes pusimos un cartel avisando que esa tarde había fiesta y quien fuera tenía que llevar una comida típica de su país.
Éramos alrededor de 60 personas, había un montón de comida, inclusive postres y bebidas y todo estaba muy bueno. La gula perdió una batalla ya que sobró comida (que potito me ha quedado)
Las normas no se cumplieron y aunque el grueso de la comida española llegó una hora tarde cuando la gente estaba empezando a comer los últimos en llegar fueron unos alemanes con una fuente de patatas con vegetales picantes con 2 horas y media de retraso.
Sábiamos que entre las 12 y la 1 tendríamos que abandonar la casa porque el casero vivía en el piso inferior y cuando apenas habían pasado las 11, un danés se subió a una mesa para informarnos que estábamos en una casa del gobierno y que la fiesta tenía que acabar. Que todo había salido muy bien y que le agradeciéramos a la catalana la genial idea tenida.
La nota agria del día fue que mientras bajámos a los bares un francés me comentó que los alemanes y escandinavos no siempre nos entendían. Por lo que habrá que ponerse las pilas, ya que estamos aqui para hacernos entender.