La vuelta a casa ha sido extraña. Me recuerda a cuando volvíamos a la residencia de estudiantes después de las navidades y alguien comentaba que se había golpeado contra la pared al levantarse porque la cama de su casa no tenía la misma orientación. No me he dado ningún golpe al levantarme pero los enchufes están más bajos, las onzas de chocolate son más gordas,
Franz no está en la puerta moviendo el rabo cuando me levanto, el agua caliente no huele a azufre (y eso que ya no me olía), hay muy poca decoración navideña en las calles y los edificios son más altos y no son de colores. Soria sigue con su clima de ventana (luce el sol y a la vez hace frío) está igual, pero a la vez fea durante la noche. Ayer se notó más que había vuelto gente y había bastante ambiente en los bares de la Herradores.
El primer fin de semana no paré de pensar en la cena de despedida de los austriacos y uno de los valencianos, que después había fiesta en Guesthouse Aurora y que el domingo había fiesta en Stansted porque se iban unos 20 Exchange Students y tenían que pasar la noche allí. Así que tampoco disfruté mucho mi primer fin de semana en Soria; aunque es cierto que la gran cantidad de cincuentones con cenas de empresa hacían que el ambiente pareciera enrarecido. Además me metía al correo y la Universidad de Islandia no paraba de enviar correos electrónicos con las diferentes fiestas que organizaba para los estudiantes que aún estaban en Reykjavik.
En Madrid no he sufrido tanto shock. Cierto es que no he tenido tiempo de ver a todo el mundo; pero como vuelvo tan tarde a Reykjavik todos dan por seguro que volveré unos días después de Reyes. Ya veré, sería una buena escusa para ver a esas personas que ahora no pude ver (y a los que no vuelven en enero). Madrid sigue igual de sucia, llena de obras y gente que cuando la dejé. Me he dado cuenta que soy bastante culo inquieto y que si hay algo que me falta en Reykjavik, entre otras cosas, es esta constante movilidad entre diferentes ciudades. Ahora me espera Zaragoza.